CUENTO
A Felipe le faltaba un cachito. Buscó sobre el escritorio, debajo de la cama y dentro del ropero. Buscó sobre el ropero, dentro de la cama y debajo del escritorio. Y como no lo encontraba, salió de la pieza a pedirle a su mamá. La mamá de Felipe estaba en la cocina leyendo el diario. Con la cara que ponen las personas cuando leen el diario. Ni asá ni asé. Simplemente, así.
-¿Me podés dar un cachito? –preguntó Felipe.
-Acá no tengo –le contestó la mamá.
-¡Dale, má! ¡Dame un cachito! –insistió.
-Fijate en mi cartera, a ver si hay.
Buscó sobre el monedero, en el fondo de la cartera y dentro de la billetera. Buscó sobre la billetera, en el fondo del monedero y dentro de la cartera. Como no lo encontraba salió rumbo al patio a pedirle a su papá. El papá de Felipe estaba en el techo arreglando la antena de televisión.
-Necesito un cachito –le dijo Felipe.
-Y yo necesito un montón –le contestó su papá. Y creyendo que había dicho algo graciosísimo se puso a reír como loco y estuvo a punto de decirlo otra vez. Pero no. Cuando vio que Felipe se ponía serio, siguió arreglando la antena de televisión. Como no lo encontraba en su casa, Felipe fue a caminar por el barrio para buscar un cachito “porai”. Se paró frente a un quiosco y preguntó:
-¿Tiene un cachito?
-Sí –contestó el quiosquero.
-¿Me lo puede prestar?
-Te lo puedo vender.
-¿Y si no tengo plata?
-Si no tenés plata, otra vez será.
A Felipe le faltaba un cachito, solamente un cachito. Nada más que un cachito. Y, aunque parezca mentira, no lo podía encontrar.
Buscó entre las baldosas, debajo de sus pasos y en medio de la gente. Buscó entre paso y paso, dentro de la gente y en medio de las baldosas. Hasta que se hizo un poco tarde y decidió volver a su casa.
Fue entonces cuando un chico que pasaba en triciclo por la misma vereda por la que Felipe volvía, levantó algo del suelo y le dijo:
-Se te cayó algo.
-¿Qué cosa?
-No sé –contestó el otro-. Un cachito…
-¡Mi cachito! –gritó Felipe mientras el nene se alejaba en el triciclo.
Y cuando lo agarró y miró, y vio que era el cachito que le faltaba, pegó un salto tan alto que pensó que nunca iba a poder bajar. Pero bajó. Y pudo seguir caminando. Y llegó a su casa. Y se metió feliz en su pieza.
No se imaginan… no se imaginan la cantidad de cosas que inventó Felipe con un cachito. Apenas con un cachito.
FIN
Ilustración de: Ricardo Rossi
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